REFLEXIÓN SOBRE LA MUERTE

Reflexión consciente sobre la vida y la muerte

El Arte de Morir Despiertos: una Reflexión sobre la Vida y la Muerte

El 1 de noviembre es un día para recordar. No solo a quienes ya no están, sino también a la vida misma. A su fragilidad, a su belleza, a ese hilo invisible que nos une entre lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. La vida y la muerte se reconocen, se saludan, se honran. En esta reflexión comparto lo que aprendí al acompañar a dos almas en su partida: que la muerte no interrumpe la vida… la completa. Y que cuando la miramos sin miedo, nos enseña a vivir con más verdad, más amor y más conciencia.

LA MUERTE ES PARTE DE LA VIDA

Nos pasamos gran parte del tiempo intentando evitar hablar de la muerte. Nos asusta, la escondemos, la disfrazamos de silencio o de eufemismos. Pero la muerte no es enemiga: es maestra. Es la que da sentido al tiempo, la que nos recuerda lo esencial. Y nos susurra con voz serena: "Recuerda… no hay mañana prometido, solo este instante sagrado."

He tenido el honor de acompañar a dos almas en su despedida. Dos formas distintas de decir adiós, dos espejos que me mostraron que morir también es un acto de conciencia. Una eligió la aceptación. Amó la vida hasta su último aliento. Brillaba, reía, agradecía cada pequeño detalle… como quien baila sabiendo que el baile está por terminar. La otra… se resistió. Negó. Peleó con la idea de morir como si la muerte fuera un error. Y en esa lucha, se le escaparon momentos preciosos.

Y las entiendo a ambas. Porque la muerte, aunque la tengamos invitada a la mesa desde el día en que nacemos, sigue siendo esa comensal incómoda que nadie quiere mirar directamente a los ojos. Pero si uno se anima… si uno respira hondo y le dice "ok, vení, contame de qué va esto", entonces pasa algo mágico: la vida se vuelve más nítida, más sabrosa, más urgente.

Acompañar a morir es acompañar a vivir en su versión más honesta. Es mirar cómo alguien se despide del cuerpo pero se queda en la risa, en una frase, en el olor a café de la mañana. Y también es aprender que el "final" no es un punto, sino una coma: la pausa antes de otra forma de existir.

Cuando comprendemos que cada alma viene con un propósito —un plan elegido antes de llegar aquí—, la muerte se transforma. Ya no es un final, sino un tránsito. Un recordatorio de que la vida es ahora, y que nada ni nadie se pierde del todo: solo cambia de forma.

La muerte no interrumpe la vida: la completa. Vida y muerte no son opuestos, son dos alas del mismo vuelo. Una no existe sin la otra. Y nosotros, los humanos, somos el punto donde se tocan.

En México, este día se llena de flores, velas y pan. Se abre la puerta entre mundos. Las almas visitan a los vivos y los vivos las reciben con amor, porque saben que la muerte no se llora: se honra, se celebra, se recuerda.

Así que este 1 de noviembre, enciendo mi vela y levanto mi copa. Brindo con la muerte, por recordarme que estoy viva. Por enseñarme a no temer. Por invitarme a reírme incluso de lo inevitable. Y porque sé, en lo más profundo, que cuando me tome de la mano, no será el fin de nada… sino el regreso a casa.

Salud, vieja maestra. Gracias por la vida, por el misterio, y por recordarme que el amor —ese sí— nunca muere.

HERRAMIENTAS PARA EL DÍA

• Crea un pequeño altar: Con flores, fotografías, aromas o elementos que representen a quienes ya partieron. No es tristeza: es homenaje.
• Enciende una vela con intención: Colócala en el altar. Mientras la enciendes, di en voz alta el nombre de tus seres queridos. Agradece su vida, su huella, su amor.
• Celebra la vida: Prepara su comida favorita, brinda por ellos, comparte anécdotas. La risa también es ofrenda.
• Reflexiona: Si hoy fuera tu último día, ¿qué elegirías hacer, decir o soltar?
"La muerte no es el final del camino, sino el regreso a casa." — Anónimo
Altar ceremonial con flores y velas
Momento de contemplación sobre la vida y la muerte